Biografía
Más joven que Boscán y algo mayor que Diego Hurtado de Mendoza, Garcilaso de la Vega (h. 1500-1536) constituye, todavía a las puertas del Renacimiento español, un paso de gigante en la conquista del clasicismo. No se sabe si nació a finales o principios de siglo, pero sí que fue de noble ascendencia, hijo del maestresala Garcilaso de la Vega, caballero de la Casa Real y Comendador de la Valle de Ricote de la orden de Santiago, embajador en Roma (1494-1498), y de Sancha de Guzmán, señora de Bartres y de Cuerva. Muy pronto fue nombrado contino del rey, de manera que quedó así asociado desde su más tierna juventud a la cosmopolita corte de Carlos V. Su vida amorosa ha sido objeto de una sobredimensionada atención, en una interpretación en exceso biografista de su obra poética, quizá en detrimento de un estudio más profundo de su biografía intelectual y de las fuentes de su poesía, sobre todo relacionadas con el contexto napolitano, que la crítica más reciente ha empezado a sacar a la luz. La tan traída y llevada Isabel de Freire, que el poeta parece evocar en las églogas I y III (así como en algunos sonetos y canciones) bajo el anagrama incompleto de Elisa, fue dama celebrada por otros poetas amigos de Garcilaso, como el portugués Sá de Miranda; el amor hacia esa musa in vita e in morte (Isabel de Freire murió de puerperio en 1533 o 1534) tiene visos, por lo demás, de ser cierto, por lo que asegura Fernando de Herrera, que conocía bien al yerno de Garcilaso, don Antonio de Portocarrero, cuando da como firme el suceso de estos amores. Sin embargo, fue su pasión por doña Guiomar Carrillo, con quien vivió en concubinato siendo ambos aristócratas muy jóvenes, la que dio lugar al nacimiento del primogénito de nuestro poeta, don Lorenzo Suárez de Figueroa, y ya más tarde, de su matrimonio en 1526 con Elena de Zúñiga, nacieron sus hijos legítimos.
El primer viaje a Italia data del 9 de marzo de 1529, cuando la Corte partió de Toledo hacia Bolonia, donde Carlos V sería coronado. Garcilaso pasó ocho meses en Italia, aunque no fue necesariamente en este temprano viaje cuando se familiarizó con la lengua, la literatura y la nueva cultura renacentista del país, como se suele dar por supuesto. No hay que olvidar que cuando Navagero llegó a España debió de conocer muy pronto a Garcilaso, pues en aquellos meses de 1525, como continuo del Emperador, nuestro poeta se hallaba también en Toledo. El embajador de Venecia hubo de ver muy pronto en Garcilaso un poeta al que convenía cuidar, así como colaborar en su instrucción, a esas alturas sin duda muy avanzada ya. El comentario que Juan Maldonado oyó de labios de Navagero cuando coincidió con él en Burgos, y que recoge en su Paraenesis ad politiores litteras (“Exhortación a las buenas letras”), pone de manifiesto la gran preocupación del embajador de Venecia por la deficiente instrucción de los jóvenes en España, tan distinta de la veneciana, lo que nos invita a deducir que al conocer a Garcilaso durante todos esos meses de estancia en Toledo y después acompañando a la corte en su periplo por España, tuvo ocasión sobrada de comunicarle detalles valiosos sobre las últimas teorías acerca de poética en Italia, en especial el contenido de sus charlas en las cumbres bucólicas del Baldo, en casa de Fracastoro; diálogos recogidos inmediatamente por Fracastoro en su De poetica, para publicarlos muchos años después. Giovanni Pontano, que había sabido rescatar gracias a las enseñanzas de Hermógenes la excelencia técnica de los versos de Virgilio, es un autor clave en el contenido de las conversaciones del De poetica de Fracastoro, en las que Naugerius (o “Navagero”) había llevado la batuta; esto por fuerza hubo de salir a colación en no pocas ocasiones en las conversaciones toledanas del embajador veneciano con Garcilaso: lecciones derivadas de la retórica helénica que debieron llover sobre mojado, pues es muy probable que nuestro poeta conociera la traducción de Trapezuntius en la temprana edición alcalaína de 1511, al cuidado del talaverano Hernando Alonso de Herrera, en cuyos preliminares se justificaba por qué era más aconsejable el estudio de Hermógenes a las retóricas de Cicerón y Quintiliano, al tiempo que se añadían numerosas adiciones al texto. Son varias las experiencias culturales que hubieron de imponerse en Garcilaso antes de sus visitas a Italia solo a partir de estos datos: entre otras, la finura de las enseñanzas de la estilística griega, así como sus trazos en las lecciones de Pontano; la reivindicación implícita de la égloga como quintaesencia de la poesía en las charlas que después se materializarán en el tratadillo de Fracastoro; la lectura de la poesía neolatina de Navagero, que influye tan poderosamente en la elegía I por la muerte de Bernardino de Toledo; la lectura, también de manos del propio Navagero, de la poesía neolatina de Fracastoro, que ha dejado su huella en la Ode ad florem Gnidi. Incluso la contemplación de los cigarrales de Toledo, que aparece en el brocado de Nise en la égloga III, puede reseguirse en las cartas de Navagero a su amigo Ramusio, que cuidaba de su exuberante jardín veneciano. No debe de ser casual que ese paisaje del Tajo evocado en la égloga garcilasiana aparezca herido insistentemente por su aspereza, como a su vez sucede en el pasaje de embajador veneciano en que describe la ciudad y su entorno; y de hecho esa insistencia parece más propia de la hipersensibilidad de Navagero por la flora que de alguien acostumbrado desde la infancia a su sequedad; así pues, ese filtro visual ante el espectáculo natural observable desde los muros de la Ciudad Imperial de la égloga III parece, a su vez, deberle mucho al embajador de Venecia.
Cabe, a su vez, barruntar la posibilidad de que Castiglione diera en Toledo los últimos retoques a la versión definitiva del Cortegiano, muy cerca de la presencia de nuestro poeta. También llegarían a manos de Garcilaso ya entonces no solo la famosa obra áulica del nuncio papal, sino también los versos en vulgar: los sonetos, las canciones petrarquistas, la égloga Tirsi, que muchos años antes, en 1506, había entonado junto a Cesare Gonzaga en la corte de Urbino. Especialmente relevante en las obras mayores del toledano constituyó ya entonces la lectura de la elegía pastoral Alcon, de tan fuerte impronta en la pastoral inglesa desde Milton, bellísima égloga funeral de claros tintes homoeróticos, que hubo de dejar su rastro en el lamento de Nemoroso de la égloga I: el ruiseñor despojado de su nido (la blanda Filomena que a su vez recoge el lamento de Salicio), el abandono del rebaño por el pastor abatido por la pérdida del ser amado, los campos estériles, la naturaleza trastornada y enferma, la noche que cierne su funesto manto sobre las alegres llanuras del pasado, el sueño vano del reencuentro, mano a mano, en el paisaje del presente, vuelto ahora unos Campos Elíseos. Lo cierto es que la deuda con la obra de Castiglione abarca varios estratos de la de Garcilaso, como revela el despliegue en ella de todas las posibles versiones de la «regla generalísima» que vertebra las disquisiciones del Cortegiano: sprezzatura hay en el movimiento que imprime a un lugar común desde Ausonio, el antiquísimo «colige virgo rosas» del célebre soneto «En tanto que de rosa y azucena», donde los cabellos de la amada aparecen, en gradación creciente, despeinados por el viento, que los «mueve, esparce y desordena». Según este ideario estético, resultaría sin lugar a dudas afectada la descripción de una dama estática, como marmórea estatua, cuyos cabellos parecieran cincelados en un recogido prieto. Por esta causa, el conde Ludovico abomina de la aristócrata que se presenta, en la versión de Boscán, «tan enjalbegada que parezca a todos una pared o una máscara [el bótox del siglo XVI] y ande tan yerta que no ose reírse por no quebrar la tez […] y después todo el día esté como un mármol sin menearse […] ¿cuánto más que todas agrada la que muestra su color limpio y natural sin mistura ni artificio […] con sus cabellos acaso desordenados, con el rostro claro y puro […] Esta es aquella descuidada pureza que tanto suele contentar a nuestros ojos y a nuestro espíritu, el cual siempre anda recelándose de donde quiera que hay artificio, porque allí sospecha que hay engaño». Esta intuición de sprezzaturaqueda confirmada por la interpretación que dará Lodovico Dolce años más tarde de esta regla generalísima aplicada a la pintura, siguiendo los pasos, como Castiglione mismo, de Leon Battista Alberti. Pero no solo se filtra en este verso la sprezzatura que Castiglione define como sinónimo de la grazia, ese desorden que da aspecto de espontaneidad a la belleza negligée, conseguida sin aparente esfuerzo, porque al final del soneto se cuela una frase proverbial, y por tanto vulgar, que a los lectores del siglo XXI puede pasarnos fácilmente inadvertida: «por no hacer mudanza en su costumbre», desautomatizadora del lugar común clásico y, una vez más, complementaria del tono cercano, familiar, de sutil burla que tanto agradaba al toledano.
¿Qué otras sprezzature se filtran en la poesía de Garcilaso? Muchas más: en los giros y vocablos llanos, tomados del uso, que aparecen aquí y allá, muy dosificadamente, para restar afectación a su obra y dotarla de modernidad, como en aquellas lágrimas que «revientan por salir do no hay salida», en el cierre del soneto VIII. También hay que entreverla en la sutílisima broma de un Garcilaso en tercerías, cuando nos presenta en alegoría a su amigo Mario Galeota enconchado de su bellísima amada, dama distinguidísima del encumbrado seggio napolitano de Nido. O cuando acepta el adjetivo de «piloso» del amigo Giano Anisio, que juega en un epigrama latino con el aspecto «descuidado» del poeta, entresacado de su nombre (lasso), y presentándonoslo, en sus excesivas efusiones capilares, emboscado. Prueba de que Garcilaso aceptó la broma de buen humor es que se autodesigne «Nemoroso» en sus églogas primera y tercera, tomando prestado el nombre a su amigo del alma.
Ad Charysilam seu Charsilassum
Seu te Minerva vertit in lapidem dea
sapientiae arduo obrigentem lumine,
seu praeda Charitum ob nobilem speciem animi
ac corporis, tibi nomen, istud incidit,
vel quod Pelasgi sic pilosum nominant,
catumque sicco corde, denso pectore,
Vel lassa nunquam beneficii est dandi domus
tua: nomen operis aestimamus inclytum,
Charisyla amice Pieri sacris choris.
Cuya traducción, perfilada por Enric Mallorquí, vendría a ser: «O bien la diosa Minerva te ha vuelto de piedra / que se endurece con la luz ardua de la sabiduría,/ o bien el don de las Gracias te impuso este nombre /por el noble esplendor de tu mente y cuerpo, / o bien porque los griegos (los pelasgos) llaman así al peludo/ y al hábil de corazón sencillo, de pecho denso, / o bien sea que tu casa nunca se ha cansado del beneficio de dar:/ consideramos tu nombre famoso por tus servicios, / Charisyla, amigo de los sagrados coros de las Musas»: Giano Anisio evoca con pertinencia, de esta manera, el don de la «gracia», definitoria de la sprezzatura, que da la medida de la excelencia artística, poética, física y moral, en el retrato que ofrece de nuestro poeta, muy poco después de su llegada a Nápoles, pues el epigrama está publicado en 1533. Como si la gracia estuviera inextricablemente vinculada a su identidad, Anisio relaciona las Gracias griegas, de parecido apelativo en la primera parte del nombre de Garcilaso, para enlazar así con el título del epigrama, doblemente latinizado: «Ad Charysilam seu Charsilassum» («A Carisila o Garcilaso»). Por otro lado, los tres versos siguientes vienen a explicar la segunda parte del nombre del poeta: «laso», que un vocablo griego parecido viene a querer decir «velloso» (en latín, pilosum), redundando en ello la voz «lassa», que reaparece poco más adelante. De nuevo, el aspecto «descuidado» del poeta, por desaliñado, se aúna al concepto clave del tratado de Castiglione.
El conocimiento por parte de Garcilaso de tan importantes humanistas, que tan honda huella dejaron en su poesía, se dio en España y antes y solo antes de sus célebres viajes a Italia: la muerte sorprendería con escaso tiempo de diferencia a Navagero y Castiglione. El primero tuvo tiempo de volver a sus añorados jardines poco después de partir de España, al canjear el Emperador en la frontera al embajador español por su homólogo francés, a finales de mayo de 1528. Pero poco después de su regreso a Venecia, tuvo que volver a marcharse a Francia con otra embajada ante Francisco I, y la muerte lo encontró el 8 de mayo de 1529, en Blois, camino de Cambrai. Castiglione había abandonado este mundo pocos meses antes, en febrero, en la jaula de oro toledana.
Garcilaso volvió a España en abril de 1530. El 14 de agosto de 1531 asistió como testigo a la boda de su sobrino, hijo de don Pedro de Guzmán, con Isabel de la Cueva, ambos de corta edad pero arrebatadamente enamorados, a juzgar por las cartas de Isabel, de apenas once años, escritas con una madurez sorprendente; el Emperador se había opuesto a la boda por haber sido don Pedro comunero diez años atrás. Garcilaso se vio sometido a una dolorosa disyuntiva, que nunca le perdonaría al emperador: la lealtad hacia la familia o hacia la corona; en febrero de 1532, fue detenido cuando se dirigía hacia Alemania acompañado de su amigo el duque de Alba; no salió airoso del interrogartorio y como castigo fue desterrado. En la égloga II (vv. 1433-1504) Garcilaso cuenta su viaje desde la frontera jun to al Duque de Alba, a través de París, Utrecht y Colonia, hasta llegar a Regensburg, donde por fin dieron con con el Emperador. Pero Garcilaso no consiguió su perdón, sino que fue confinado una temporada a Garcilaso en una isla danubiana, como elm poeta mismo narra en su canción III. Solo después de esta penitencia se le permitió proseguir su camino nhasta Nápoles, donde don Pedro de Toledo había sido nombrado virrey en julio; Garcilaso se instaló ahí en noviembre de 1532. Solo le quedaban cuatro años de vida, los más fecundos e inspirados. Durante esos años, entre 1533 y 1536, Garcilaso residió principalmente en el reino napolitano, en una estancia que debería estudiarse más a fondo.
La integración de nuestro poeta en Nápoles fue instantánea: nos consta el placer con que era convocado a las reuniones napolitanas, ya sea en el palacio del virrey, donde se requería su presencia por parte de Pedro de Toledo para dejar pasar las horas en agradables y finas conversaciones, consignadas por Filonico Alicarnaso (Vite di undici personaggi illustri nel secolo XVI, ms. de la Biblioteca Nacional de Nápoles, X, B, 67); ya sea en el palacio de Leucopetra de Martirano, en las afueras de la ciudad; ya sea en Domicilla, en compañía de los hermanos Anisio, como ha señalado T. Toscano; o bien en las dependencias del magistrado Scipione Capece que a veces se instalaba en el palacio del Nido de su pariente, la princesa de Salerno, donde se fraguó la edición de una Eneida donatiana dedicada a Garcilaso; otras veces paseando en los jardines del convento de San Giovanni a Carbonara, que custodiaba la inmensa biblioteca parrasiana cedida en herencia a los hermanos Seripando; o incluso es posible que en la tertulia siciliana de Minturno, o en la Ischia de Vittoria Colonna y Alfonso d’Avalos, adonde acudió en octubre de 1534, como ha descubierto recientemente G. de la Torre. Todos los rastros que han quedado ponen sin excepción en evidencia que la integración de Garcilaso en Nápoles fue inmediata y total, como demuestra que se vinculara a ambientes literarios alejados e incluso hostiles a la figura del virrey Pedro de Toledo: digna de mención es a tal respecto la relación con Alfonso d’Ávalos, consignada en una carta que Bembo envía a Onorato Fascitelli el 7 de agosto de 1535, donde se menciona el apego que el militar italiano, enemigo de Pedro de Toledo, sentía hacia nuestro poeta. No resulta casual, pues, que entre la documentación privada de los hermanos Seripando se encuentren que dos copias de sus composiciones neolatinas («Sedes ad Cyprias Venus» y «Uxore, natius, fratribus, et solo», dedicada esta última a Antonio Tilesio) además de su última carta, autógrafa, dirigida a Girolamo, a quien nuestro poeta escribió desde Savigliano pocas semanas antes de morir. Sorprendentemente, el hecho de que esos textos de nuestro poeta se encuentren entre la documentación de los hermanos Antonio y Girolamo Seripando no se ha considerado nunca como un dato revelador de la pertenencia de nuestro poeta al mismo círculo de poetas y humanistas postpontanianos cuyas cartas y obras quedan consignadas ahí por amistad.
Todo ello añade matices a la visión que puso en boga el fundamental estudio de Rafael Lapesa, hace ya sesenta años, acerca de la «trayectoria poética de Garcilaso», que ha vertebrado los estudios del poeta desde entonces, guiando con diáfana pedagogía la lectura del príncipe de los poetas castellanos de varias generaciones, no sin crear, aun así, puntos ciegos en cuestiones capitales: habría que revisar, entre otras cosas, el acento que siempre se pone en los cambios radicales que esa última estancia en Italia pudo conllevar. Pero lo cierto es que la formación de Garcilaso como poeta docto, con relevantes influencias del humanismo italiano, arranca de mucho de fechas anteriores, en Italia, pero también en España.
No olvidemos la información que nos ofrece la oda a Tilesio, conservada en copia, entre esos papeles de Seripando: se trata de una composición que ha desorientado a la crítica precisamente por esa razón a la hora de atribuirle una fecha, porque Garcilaso alude, como si se tratara de hechos recentísimos, a su confinación en la isla del Danubio, su abandono de la patria, de la esposa y de los hijos; sin embargo, en la tercera estrofa (y son estrofas alcaicas, de solo cuatro versos), es decir, en el verso noveno, Garcilaso se siente de nuevo consolado y feliz. De hecho, ya en la segunda estrofa había conseguido Antonio Tilesio quitarle las penas. Fue Tilesio, nos cuenta Garcilaso, quien le presentó a alguien venerado por él como un padre (y parece que se refiere a Girolamo Seripando), la misma mano que le condujo al grupo de humanistas y poetas en el que se siente como pez en el agua. Fue en la ciudad partenopea donde recuperó la inspiración. Y el adverbio temporal iam, reiterado anafóricamente, denuncia la rapidez de esa transformación de su ánimo. El comienzo del poema, cuyo primer verso es «Uxore, natis, fratribus et solo», reza así, en la paráfrasis de Juan Alcina:
“Tras abandonar exiliado a mi esposa, mis hijos, hermanos y tierras, por frías regiones, alumno de las Musas, aprendí a soportar forzado la soberbia y las fieras costumbres de los bárbaros, y por peñascos intransitables que repetían mis voces y gemidos, a la orilla del ronco murmullo del Danubio, aprendí a sobrellevar mis penas. ¡Oh docto Tilesio! Nacido para apaciguar el pensamiento entristecido por las cuitas y reconfortar con tu mano el pecho del amigo en los momentos terriblemente urgentes. Ya el diestro Apolo acerca la sonora lira a quien antes callaba; las ninfas del Sebeto que corretean por los sinuosos ríos incitan al canto. Ya no me oprime desmedidamente el amor ardiente por los amados muros de la ínclita ciudad que el río Tajo gusta anudar con su dorado abrazo. Ya me agrada la vida en la amena patria de las sirenas y la hermosa Parténope con sus campos cultivados, y asentarme junto a los manes o mejor las cenizas de Marón.”
Por otro lado, en la misma oda también se menciona a Mario Galeota y Placido di Sangro como si de grandes amigos se tratara. Se ha aducido que Garcilaso no podía haber consolidado tantas amistades en tan poquísimo tiempo y que, por tanto, la oda debe de ser de hacia 1534, que es la fecha en que se suele suponer que Antonio Tilesio murió. Pero, por el contrario, la oda parece más bien testimonio de esa integración instantánea a que antes aludíamos: una suerte de adaptación facilísima que solo se daría si Garcilaso ya fuera un poeta plenamente formado en las últimas tendencias de la poesía italiana cuando llegó a Nápoles en 1532. Además, Tilesio murió en 1533, según figura en la Vitade Francesco Daniele (1762), biografía que a su vez se refiere a la epístola de Pandosius dirigida a Pietro Antonio Sanseverino, donde se daba la noticia del óbito, en un texto que vio la luz en Roma en 1534 (fecha esta motivo más que probable de la confusión general con el año de la muerte del humanista cosentino). O sea que Garcilaso hubo de escribir la oda a Tilesio, todo lo más, tan solo un año después de su llegada a Nápoles. Se refuerza así, desde este otro ángulo, la certeza de que se consoló rápido de su nostalgia por la patria y que en cuestión de pocos meses había hallado un grupo de humanistas y poetas que le trataban como a un amigo entrañable y compartían con él todas sus inquietudes intelectuales y artísticas.
¿Qué otros datos relacionables con la estancia e intereses literarios de Garcilaso en Nápoles podemos entresacar de la oda a Tilesio? Para empezar, la pieza está dedicada a él no solo por gratitud, sino también por otras posibles razones más concretamente literarias, como la común admiración por Horacio –inclinación por el Venusino, dicho sea de paso, compartida por Girolamo Seripando y Placido di Sangro—, a cuya defensa y alabanza dedicó Tilesio un opúsculo en donde concibe su obra como culminación de la lírica clásica. Es este interés un punto en común con Garcilaso nada desdeñable, teniendo en cuenta que el toledano vuelve los ojos a Horacio, una vez más, en la articulación formal de la oda que dedica a su amigo; Horacio era el poeta clásico al que Tilesio tenía en más alta estima. La oda podría iluminar, además, el lugar de reunión de la tertulia -o tertulias- postpontaniana, frecuentada por Garcilaso, y continuadora de la extinta academia de Villa Mergellina. No podemos asegurar con certeza absoluta que el acomodo para las reuniones fuera exacta y exclusivamente en la villa de Scipione Capece, como se suele suponer; hay otras posibles ubicaciones de esa academia. Parece ser que Capece era demasiado joven para que Garcilaso lo adorara como a un padre («sese parentis quem veneror loco»), como se afirma en la oda a Tilesio de esa autoridad reverenciada, de la que no se facilita el nombre, y que aglutina a los humanistas y poetas del entorno de Tilesio y el mismo Garcilaso. Las preocupaciones teológicas de esa autoridad aludidas en la oda a Tilesio podrían también ser las de Seripando; en cualquier caso, lo que parece claro es que Garcilaso se refiere a la mansión honorable («honesta domus») del mismo personaje que tiene a todos absortos con sus especulaciones. Parece más probable que siga refiriéndose a Girolamo y el círculo de poetas que quedan recogidos en los manuscritos de los hermanos Seripando; el mismo círculo que se reunía en el entorno de Girolamo. Pero más plausible es que el lugar de reunión fuera alguna estancia o los jardines del mismo, del que el agustino fue vicario general durante catorce años (1523-1538), en donde, además, se custodiaba su biblioteca, que había pasado a engrosarse con la parrasiana: todos esos impresos y códices anotados por el gran humanista de Cosenza que los hermanos Seripando heredaron sucesivamente del gran polígrafo (primero Antonio y luego, tras su óbito en 1531, Girolamo). Una tertulia poética a la que se acercaba Capece, saliendo del foro, como atestigua años antes Girolamo Carbone (m. 1528) en unos versos dedicados a Nipho, donde el magistrado aparece en compañía de otros humanistas postpontanianos, como Anisio, Seripando, Parrasio, además de Summontius, Apranius y Sangrius, unidos todos por la amistad («O fidum sanctae pectus amicitiae!»). Pero además se da un detalle curioso: también Carbone menciona la extraordinaria capacidad oratoria de Seripando, cuyo efecto compara a temibles truenos. ¿Quién no teme –pregunta– cuando él truena y los cielos se afligen por el dolor de la voluntad divina? Sin embargo, lleno de piedad, y reverenciado en vida, cultiva estos lares con sagrada religión. «Reverenciado en vida» («uitaque uerendus») recuerda de cerca las palabras de Garcilaso al referirse a quien veneraba como a un padre, «sese parentis quem veneror loco»: «Te, mi Thylesi, te comite obtulit / sese parentis quem veneror loco, / cui dulce pignus nostri amoris /non animum pigeat patere». Y no podemos olvidar la última carta de Garcilaso, dirigida a Seripando, donde vuelca sin miedo sus aprensiones, en testimonio diáfano de que es a él a quien abre su corazón: ese ser «a quien no le avergüenza abrir su alma como dulce prenda de su amor» (en traducción de Juan Alcina). La faceta afectiva es muy importante en Garcilaso, y en este sentido, los testimonios aducidos parecen corroborar que Seripando le gana el pulso a Capece.
Lo interesante de la oda latina de Garcilaso es que en ella es el mismo poeta quien nos explica que el círculo que lo acogió es precisamente el de Girolamo Seripando. A lo que parece, Garcilaso se hizo famoso enseguida, por su posición, su trato elegante y sus poemas, además de que ser mensajero del virrey y probablemente también espía de la corona. En abril de 1533 se le encomendó que llevara correspondencia del virrey bal Emperador, y estando en Barcelona parace muy probable que revisara con Boscán la traducción que este había llevado a cabo del Cortegiano de Castiglione; todo apunta a que fuera el mismo Garcilaso quien le animó a que se pusiera a ello facilitándole incluso un ejemplar italianon del mismo, que había visto la luz en 1528. Después, al atravesar Aviñón desde Barcelona, se detuvo ante la tumba de la amada de Petrarca y ¡empezó a pergeñar su epístola a Boscán. En octubre de 1534, después de pasar por Ischia en su regreso a Nápoles, fue nombrado por el Emperador alcalde de Reggio, aunque nunca llegó a tomar posesión. En el verano de 1535 fue con la armada napolitana a unirse a la jornada africana del Emperador; sufrió varias heridas en la boca y el brazo. De regreso a Italia, en Sicilia, murió don Bernardino de Toledo, hermano menor del duque de Alba, a quien Garcilaso dedicó su elegía I, imitando otra neolatina de Fracastoro. Todavía en la isla compuso su elegía epistolar en tercetos y se la dedicó a Boscán, en la que confiesa su congoja por la dama que supuestamente debía aguardarle en Nápoles. Parece que la recepción de la carta latina de Bembo, que Garcilaso recibió a su regreso de Túnez, en la que se le autorizaba como poeta latino, pudo impulsar la composición, en el último invierno de su vida, de su obra cumbre en vulgar de corte horaciano, la Ode ad florem Gnidi.
En la primavera de 1536, Garcilaso, a las órdenes de Alfonso d’Avalos, abandonó Nápoles, para recibir en mayo instrucciones imperiales en Florencia como maestre de campo de tres mil soldados para luchar contra los invasores franceses. El 19 de septiembre el poeta quedó mortalmente herido por una piedra al intentar escalar la torre de Fréjus; contrariamente a lo que se suele relatar, la muerte de Garcilaso no tuvo lugar en un audaz gesto militar, como imagina la idealización heroica del Carlo famoso (1566) de Luis Zapata: «Garcilaso, cual si esto le tocara, / por ser maestre de campo de su gente, / de la rueda movió y puso la cara, / en subir a la torre osadamente; / teníanle sus amigos abrazado, / porque le vían que estaba desarmado. / Soltose y corrió allá y subió ligero / por la escala, que al muro se arrimaba, / tomando una ruin gorra, antes de acero, / de un soldado acaso que pasaba; / llegaba casi al escalón postrero / cuando una grande almena que bajaba, / con gran dolor del campo allí presente, / le envió mortal a tierra finalmente». Sucedió de otra forma, en un episodio absurdo que bien podría haberse evitado, como certifica el relato de un soldado, Martín García Cerezeda, en su Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del Emperador Carlos V, que fue testigo de los hechos. Doce hombres y dos muchachos franceses, probablemente simples campesinos, pues al parecer estaban desarmados, se habían escondido en lo alto de la Torre de Muy. El Emperador mandó a unos caballeros a que les preguntaran qué hacían allí: «Ellos dijeron que era su tierra aquella y que querían estar allí. Los caballeros le decían que se saliesen de la torre y que se fuesen a do fuese su voluntad, y ellos respondieron que no era su voluntad salir de la torre». El Emperador, para asustarlos, mandó que se batiera con la artillería la torre, de manera que se hizo un pequeño portillo. Jerónimo de Urrea subió hasta el portillo con una escala y entró en la torre; el capitán Maldonado y Garcilaso de la Vega discutían bajo la torre quién había de entrar primero, mientras les alcanzó Guillén de Moncada y les pidió el honor de adelantarse. Tras él, «subiendo Garcilaso de la Vega y el capitán Maldonado, los que en la torre estaban dejan caer una gran gruesa piedra y da en la escala y la rompe, y así cayó el maestre de campo y capitán, y fue muy mal descalabrado el maese de campo en la cabeza, de lo cual murió a los pocos días», en Niza, para ser más exactos, el 13 o 14 de octubre.
(Síntesis en la que se dan las noticias más relevantes de la biografía (in progress) del poeta, además de ciertos extractos de bibliografía sobre la obra del autor, abajo citada, de Eugenia Fosalba y Gáldrick de la Torre.)
Bibliografía
Jorge García, Eugenia Fosalba, Gonzalo Pontón, Historia de la Literatura Española. 2. La conquista del clasicismo (1500-1598), Crítica, Barcelona, 2013.
Fosalba, Eugenia, “A vueltas con el descuido en Garcilaso y Boscán”, “La escondida senda”. Estudios en homenaje a Alberto Blecua, Castalia, Barcelona, 2012, 147-164.
Fosalba, Eugenia, “Sobre la relación de Garcilaso con Antonio Tilesio y el círculo de los hermanos Seripando”, Cuadernos de filología italiana, 19 (2012), 131-144.
Fosalba, Eugenia, “La carta de Bembo a Garcilaso”, Insula, 862 (2018), pp. 9-13.
- L. Rivers, introducción a su ed. Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, Clásicos Castalia, vol. 6, Madrid: Castalia, 1969.
De la Torre Ávalos, Gáldrik, «”… al servitio de la felice memoria del Marchese del Vasto”. Notas sobre la presencia de Bernardo Tasso en la corte poética de Ischia». Studia Aurea, 10, 2016: 363-392.
De la Torre Ávalos, Gáldrick, «El grupo poético de Ischia y la adaptación al vulgar de la égloga piscatoria», La Égloga renacenstita en el Reino de Nápoles, eds. Eugenia Fosalba y Gáldrick de la Torre, Bulletin hispanique, 119 (2), décembre 2017: 537-554.
De la Torre Ávalos, Gáldrick, «Garcilaso y Alfonso d’Avalos, marqués del Vasto», Contexto latino y vulgar de Garcilaso en Nápoles: redes de relaciones de humanistas y poetas (manuscritos, cartas, academias), Peter Lang Verlag, 2018, pp. 221-247.
Toscano, Tobia, «Le egloghe latine di Giano Anisio, “amico” napoletano di Garcilaso», La Égloga renacenstita en el Reino de Nápoles, eds. Eugenia Fosalba y Gáldrick de la Torre, Bulletin hispanique, 119 (2), décembre 2017, 495-516.
Vaquero Serrano, María del Carmen, Garcilaso, príncipe de poetas, Marcial Pons, Madrid, 2013.
Más información en: https://es.wikipedia.org/wiki/Garcilaso_de_la_Vega; https://www.wikidata.org/wiki/Q311405; http://www.treccani.it/enciclopedia/garcilaso-de-la-vega_res-e0896d26-86d9-11dc-9a1b-0016357eee51/.
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