Biografía
Miquel Mai i de Sa Rovira (Tremp, c.1480 – Madrid, 1546). La biografía de Miquel Mai se nutre de episodios que evidencian pronto su personalidad poliédrica. Jurista de formación, Mai llegó a ser un reconocido político y hombre de estado, además de embajador, viajero, docente, comitente artístico, coleccionista y bibliófilo. Su educación se desarrolló entre las academias privadas barcelonesas del siglo XV y la Universidad de Padua, donde se doctoró en Derecho Civil y Canónico a principios del XVI. Por su posición erudita y su ascendencia familiar (su abuelo, su padre y su hermano mayor -los tres llamados Joan Mai- fueron regentes de la Cancillería Real, desde Alfonso el Magnánimo, pasando por Juan II y Fernando el Católico), el de Tremp parecía destinado a ejercer un papel principal en el panorama europeo de la primera mitad del siglo XVI. Así, su cursus honorum se define por la rápida y sucesiva ocupación de diferentes cargos: en el año 1510 fue profesor de leyes en el Estudio General de Barcelona; de 1512 a 1520 fue regente de la Cancillería de Cerdeña y asesor del Gobernador General de Catalunya, Pere de Cardona; entre 1520 y 1528 fue uno de los ocho regentes de la Cancillería del Consejo de Aragón, bajo las órdenes, primero, de Antoni Agustí Siscar, y más tarde de Mercurino Arborio di Gattinara. De 1528 a 1533 fue embajador imperial en la Santa Sede, al frente por entonces del papa Clemente VII de Medici; de 1533 a 1546 ocupó el cargo de vicecanciller de la Corona de Aragón; y aún tendrá más oficios relacionados con los usos cortesanos y administrativos.
Sin duda, dos aspectos destacan en su biografía política: por un lado, el hecho de viajar por toda Europa cerca del emperador Carlos V, circunstancia que le permitió trabar amistades con las grandes personalidades del momento (Alfonso de Valdés, Francisco de los Cobos, Erasmo de Rotterdam, Catalina de Aragón, Nicolás de Granvela, etc.). En segundo lugar, resulta especialmente significativa su estancia en Roma como embajador desde el verano de 1528. Miquel Mai fue el primer embajador enviado a la ciudad eterna tras los incidentes del Sacco de mayo de 1527, por lo que su presencia allí suponía todo un acontecimiento y una declaración de intenciones. Mai no lo tuvo fácil: para empezar, se encargó de rehacer las relaciones entre el papado y el Imperio, rubricadas en los tratados de Roma y Barcelona. Después, el embajador organizó la ceremonia de coronación imperial celebrada en Bolonia en 1530, tal y como atestiguan los diarios papales y la crónicas de la época, donde aparece como maestro de ceremonias. Además, Mai se preocupó de la provisión de cargos y oficios derivados de los nuevos obispados creados en tierras americanas; y también se encargó de la defensa legal de los intereses de la reina Catalina de Aragón en el pleito por su divorcio con Enrique VIII Tudor.
Si se remarca que la presencia de Mai en Roma fue toda una declaración de intenciones es porque al catalán siempre se le supuso una ferviente defensa del erasmismo en la Barcelona del primer tercio del siglo XVI. Fue Marcel Bataillon quien le adjudicó la etiqueta de erasmista a raíz de la correspondencia que Fermín Caballero publicó de Alfonso de Valdés, donde el conquense y sus correligionarios elogiaban a Mai por su postura al frente del pensamiento reformista. Dicha etiqueta se extiende en los estudios de Miquel Batllori y Eulalia Duran, quienes acentúan la percepción ideológica sobre el personaje, aportando testimonios documentales que pueden definir mejor su posición. Y es cierto que Mai frecuentó el erasmismo en muchos aspectos de su vida, pero también lo es que en otros muchos fue completamente antagónico a las doctrinas de Erasmo. No se conocen escritos teóricos de Miquel Mai que ayuden a entender su pensamiento, a excepción de unos versos dedicados al humanista Martí Ivarra, una composición (perdida) sobre los vaivenes de los turcos y una descripción de la ciudad de Roma donde el autor lleva a cabo una radiografía de la ciudad devastada tras los estragos del Sacco. No hay nada que indique su orientación espiritual.
Desde la perspectiva más cultural y literaria, en cambio, sí podemos establecer una relación muy definida de los intereses de Mai. En primer lugar, su biografía está llena de episodios y encuentros con literatos y escritores de primer nivel. Sin ir muy lejos, en Barcelona, su residencia se encontraba a escasos metros -de hecho, eran vecinos- de la residencia de un joven Antonio Agustín o de la del poeta Juan Boscán. También convivía con otro insigne vecino, Lluís Desplà, arcediano mayor de la catedral, en cuya residencia se reunían ilustres historiadores y latinistas, como Pere Miquel Carbonell y Jeroni Pau. Además, en su misma calle se encontraban algunos de los principales talleres de imprenta de la ciudad. El hecho de ser cortesano también le dio a Mai la posibilidad de participar en las mismas jornadas literarias que Baldassare Castiglione y Andrea Navaggero (en las jornadas andaluzas por la boda del emperador), o que Garcilaso de la Vega, Antonio Sebastiano Minturno, Juan de Valdés, Juan Ginés de Sepúlveda, Pietro Bembo, Juan de Zúñiga, Antonio de Guevara, Bernabé del Busto, Francisco de Bobadilla, Francisco de Vargas, Benedetto Accolti, Andrea Johannes Laskaris, Antonio Buglio, Reginald Pole, Benedetto Lampridio, Bernardino Martirano, Marcantonio Epicuro o Paolo Giovio, por poner solo algunos ejemplos de sus años de viajes al servicio del monarca y especialmente de los años en los que residió en Italia.
De entre todos los nombres con quienes Mai tuvo algún tipo de relación literaria destacan los de Girolamo Brittonio, Francesco Maria Molza, Antonio Sebastiano Minturno, Rafael Mambla, Martí Ivarra y Antonio Agustín, quienes en un momento u otro dedicaron alguna de sus obras al barcelonés. Por otra parte, eruditos de la talla de Hernán Núñez de Guzmán, Alonso Henríquez, Juan Ginés de Sepúlveda o Giulio Ferretti necesitaron la influencia de Mai para poder publicar sus obras. Puesto que todo esto ocurre desde los primeros años en que se tiene constancia documental de las actividades de Mai, cabe pensar que el jurista fue un hombre implicado y con gran sensibilidad por las letras desde el comienzo de su carrera, y que desde muy pronto también se convirtió en eslabón necesario para quienes querían publicar un texto, acceder a la corte o conseguir un protector.
La enorme predisposición de Mai hacia las letras se ve reflejada en el inventario de su biblioteca, publicado tras su fallecimiento en junio de 1546. En el documento se registraron unos dos mil volúmenes aproximadamente, cuyos títulos permiten conocer los distintos intereses intelectuales del erudito. Historia, oratoria, gramática, dialéctica, filosofía, ciencia, religión, arte, jurisprudencia, astronomía, música y literatura son las principales disciplinas representadas. Entre los autores se pueden encontrar nombres como Rodolfo Agrícola, Dante, Petrarca, Erasmo de Rotterdam, Giovanni Andrea, Pietro Aretino, Aristóteles, Antonio Beccadelli, Girolamo Bienivieni, Boccaccio, Mateo Maria Boiardo, Alberto Bruni, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bartolomé de las Casas, Cicerón, Estacio, Ficino, Francesco Filelfo, Andrea Fulvio, Horacio, Lefevre d’Etaples, Homero, Pomponio Leto, Herodoto, Marcial, Marullo, Vitrubio, Paccioli y hasta otros quinientos autores distintos. Se trataba de una biblioteca universal que ponía de relieve el poder de su dueño, su magnificencia y el fervor hacia todo aquello relacionado con el mundo del libro.
La vertiente más conocida de Miquel Mai es la de coleccionista de objetos artísticos. En el mismo inventario en el que se catalogó su biblioteca también se apuntó una relación de los objetos artísticos que decoraron su residencia, situada en la céntrica plaza de la Cucurulla de Barcelona. Aunque, a decir verdad, debe hablarse de varios inventarios de bienes, escritos entre 1546 y 1549, así como de varias residencias y propiedades inmobiliarias hoy desaparecidas.
La colección la formaban un centenar de pinturas, más de setenta esculturas, cientos de dibujos y grabados, un gabinete numismático con más de trescientas monedas y medallas, un conjunto de diez tapices, una veintena de camafeos, numerosas obras de joyería y orfebrería, un mobiliario muy extenso, objetos procedentes del Nuevo Mundo así como distintas obras y productos de manufactura oriental. De todo ello sólo se conservan, que conozcamos, dieciocho relieves de mármol (actualmente repartidos entre el Museu Nacional d’Art de Catalunya, el Museu Frederic Marès de Barcelona y la torre Pallaresa de Santa Coloma de Gramenet), una pareja de esculturas metálicas (de nuevo en el Museu Frederic Marès) y una medalla de bronce (en el British Museum de Londres). Tanto estos objetos como los que se registran en la documentación ponen de manifiesto que Miquel Mai fue una personalidad con intereses artísticos variados pero con una percepción unitaria sobre aquello que acumulaba en su casa. Es sabido que Mai aprovechó sus múltiples viajes por Europa para adquirir algunas piezas, pero si hubo un lugar que tuvo especial relevancia en este sentido, ese fue Italia. Allí pasó más de quince años residiendo en varios lugares, por lo que es en esta época donde debe localizarse el origen de su fascinación por el mundo antiguo y anticuario. La correspondencia diplomática del momento nos describe a Mai como alguien fascinado por las ruinas de la antigua Roma, más interesado en visitar los monumentos que en trabajar por aquello por lo que se le pagaba. A veces incluso se le describe antes como médico que como político, o como alguien ocupado tan solo en la lectura de los sonetos de Petrarca.
Tal era su gusto por la cultura humanística que entre los muchos objetos que decoraban su residencia había un conjunto pictórico con los seis Triunfos de Petrarca o un grupo de diez medallas en esmalte representando los personajes de la misma obra petrarquesca. Para otra estancia encargó al pintor Giulio Romano un conjunto de dibujos que representaran la vida del poeta Virgilio según el ciclo pictórico que él mismo había contemplado en Mantua. Otras estancias exhibían representaciones más devotas, como la capilla, con pinturas al fresco de los evangelistas y distintos coros de ángeles. Y si los ambientes temáticos no eran suficientemente sugestivos, no había impedimento para mezclar las representaciones de distintos santos o un ciclo de la Pasión junto a escenas mitológicas.
Miquel Mai es especialmente conocido por su colección escultórica de mármoles renacentistas, donde se pueden encontrar bustos de emperadores romanos (como Augusto, Tiberio, Domiciano, Claudio, Tito, Vitelio y Valeriano) y las siete virtudes, cardinales y teologales, además de la Faustina mayor y menor y una República romana. Estos relieves decoraban el estudio personal de Mai junto con varias galerías de retratos regios y personajes históricos y míticos, confeccionando lo que se ha venido a llamar un auténtico studiolo renacentista, donde el arte y la lectura se combinaban a la perfección.
A la muerte de Miquel Mai, en junio de 1546, todos sus bienes pasaron a su sobrino Jeroni de Pinós Fonollet, vinculando su extenso patrimonio al linaje Pinós, familia a la cual, todavía hoy, conserva algunas de sus obras de arte y sobre todo, su extenso archivo documental.
Joan Bellsolell
Bibliografía sobre Miquel Mai, 26 de marzo de 2019:
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